La Peña de Sella

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Sobre las seis de la madrugada, cuando la oscuridad de la noche se bañaba en el viento fresco del levante, nos reuniremos en la era del Trosset los animados voluntarios, chicos y chicas, jovens y menos jóvenes, aspirantes a patalear un trayecto que califico de majestuoso, grandioso, tanto por la belleza física del paisaje, como por las vistas, aromas y emociones que a lo largo del recurrido pudiéramos gozar.

Arranca la expedición, encabezada por Adolfo y su hija Rosa, la más jovencita, y que con tan solos 10 años, ha demostrado una valentía, una muy favorable disposición frente la adversidad, así como un constante sonrisa, siempre gratificante, que hay que reflejar como un elemento muy relevante.

Por la banda del Racó caminando hacia el este, nuestra vista choca maravillada con el «cuadro», natural, de la crestería dels Castellets y la Muela soberbia del Puig Campana, que duermen plácidamente bajo una sábana azul, manchada de diminutas luces blancas que progresivamente se diluirán en la poderosa claridad del día, La Aurora dibuja sobre el horizonte una de aquellas visiones que Wagner buscaba reflejar en un decorado por ambientar esas óperas geniales de mitos, hadas, caballeros y todo un conjunto de ideales, propios de otro mundo.

Poco a poco y con las complicaciones que el terreno marca, subimos y subimos hasta llegar al Runar del Mona,un mar de piedra pequeña, rípio en el argot del arreglador de márgenes, mezclado con cantales, bolos y piedras de diferente tamaño. Unos, con relativa facilidad, otros con fuerte dificultad, comseguimos reunirnos en la cueva refugio que corona y de la que sale aquella lengua lítica.

En aquella explanada, sobre las 8:30 y protegidos del sol por la costilla lateral de la peña, descansamos una rato, todo y contemplando la azulada mar Mediterrànea desde Benidorm y Finestrat hasta San Juan y Alicante. Un intenso olor a humedad, sube del Ruñar y mezclado con la fragancia de todo tipo de plantas aromáticas, alimenta, a bocanadas salvajes de aire, nuestro espíritu, de paz, tranquilidat, equilibrio y otras virtudes; ausentes en nuestra sociedad actual por causa del mal interpretado pogreso.

Aconsejados por la voz experta de Adolf o decidimos aprovechar el tiempo que queda de sombra para ascender, ahora en dirección contraría, verso poniente, hasta El Serrello y allí almorzar. Llegando al collao, saludamos el sol que fuerte y poderoso nos hace saber el significado de la palabra verano, pero tal vez por efecto de la altura o por su magnánima benevolencia, afloja la intensidad del fuego, gracias a una agradable brisa que refresca la cara y el entendimiento.

Serrello, término sonoro que rellena la boca al pronunciarlo y que hace referencia a una casa y unas tierras que miran a Aitana, dejando en medio el bello valle de Tagarina. Encima de la casa ¡ a corta distancia encontramos los restos de un viejo corral, del que tan solo sobreviven las partes exteriores de piedra, una cisterna afligida y en desuso, el objetivo de la que, pienso, sería abastecer de agua al ganado y finalmente una era donde ya crece la hierba y donde no hace demasiado tiempo aún el macho, el rulo y el trillo, transformarían, bajo la mirada inteligente de los labradores, la parva en trigo y este en harina, con la que pasar el invierno próximo.

Allí y bajo la protección de un imponente pino degustaremos las viandas y el agua que dentro de la mochila esperan el momento de reposar Ia energía consumida y preparar el cuerpo para afrontar el esfuerzo que aún había que hacer para volver al pueblo por el «collao de la travessa».